domingo, 9 de octubre de 2011

Creación conjunta 1

Llovía lentamente. La chica estaba desesperada porque no podía abrir el paraguas. Los dedos mojados se le resbalaban una y otra vez por el mango del objeto. Sentía el agua fría metérsele por la espalda. Estaba a punto de lanzar lejos el paraguas cuando, por fin, éste cedió. Y entonces, amparada por él, caminó rápidamente por la calle. Tenía que llegar pronto, antes de que el hombre descubriera que ella se había ido.

Casi al otro lado de la ciudad se despertaba un marido que esperaba oler su desayuno, pues su esposa no estaba a su lado; bajó a la cocina en ropa interior buscando no a su esposa, sino su desayuno. Dónde estaba ella, era lo de menos; su enojo surgía de no encontrar una camisa planchada, un desayuno caliente y el calentador encendido. Dormir de nuevo no era una opción, pues se hacía tarde.

Vio la ventana de la cocina abierta y sintió una ráfaga que le heló el cuerpo casi desnudo. De la mesita tomó una manzana para el camino. No tenía nada preparado dentro del refrigerador. Miró su reloj de pulsera: eran las 7:00. Se pondría la camisa arrugada y, de tan importante que era la entrevista en la Planta, mordió la manzana y volvió a subir las escaleras.

Y pensó en el tiempo, en la inutilidad de su espera, en lo convencional que se había vuelto un encuentro al que nombraba “entrevista”. Recorrió la manzana con el dedo índice, percibió el reflejo de la luz sobre la roja piel y comprendió la frescura, cuyo recuerdo, a pesar de los inconvenientes diarios, a pesar del jugo derramado sobre sus labios, lo perseguiría siempre por los pasillos de su mente. Sabía que no era culpable o quizá sí. Nada importaba en esos momentos; su suerte estaba echada y las palabras de arrepentimiento ya no tenían sentido. Jamás ella regresaría a su lado.

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